‘Los cañones de yeso’ por Óscar Santana

“…la imaginación puede vincular realmente sin la verdad, y por medio de la imaginación sujetar verdaderamente al vinculable. Ciertamente, aunque no exista el infierno, la creencia y la fantasía del infierno, sin tener un fundamento de verdad, verdaderamente produce un verdadero infierno; pues la representación imaginaria posee su verdad, de donde resulta que no solamente en verdad actúa, sino también por medio de ella el vinculable es real y poderosísimamente atado, y con la eternidad de la creencia y de la fe sea efectivamente un eterno atormentado del infierno…” [Giordano Bruno, De vinculis in genere, Traducción de Ernesto Schettino, Editorial Pax, II, XXX, pág. 80.]

Link al video:

The Borgias, Temporada II, Capítulo 3, “The beautiful deception”

Comentario:

¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al escuchar palabras como imaginación o fantasía? ¿Las pinturas surrealistas, los sueños, las ilusiones, nuestras fantasías diurnas, los cuentos de hadas, el cine de ciencia ficción? Todos estos elementos tienen en común el hecho de no existir como tal en la realidad. Precisamente una de las funciones de la fantasía consiste en crear -a partir de elementos tomados del mundo real, por medio de los sentidos- nuevas construcciones, imágenes fantásticas, que en sentido estricto no se corresponden con la realidad. En ese sentido, no es raro que la fantasía y sus productos posean cierto carácter negativo, e incluso sean considerados como fuente de error.

Curiosamente, imaginación y fantasía son también dos términos fundamentales al interior de la magia bruniana. Que, en términos muy generales, consiste no en una suerte de modificación de la naturaleza externa, sino de la interna. Añadamos a esto que para Bruno todas las fuerzas mágicas dependen de los vínculos, y que éstos tienen una estrechísima relación con las imágenes fantásticas. De manera que el objetivo del mago de Bruno es manipular la fantasía de su presa. Dicho personaje no busca modificar los objetos físicos, sino las representaciones que de ellos tenemos. Y como tal, esta modificación tiene lugar en el mundo interno; es decir, en lo que hoy llamaríamos mente o psique humana.

Finalmente, el hecho de que este proceso sea interno, no implica que quede aislado en la mente. Si la imagen fantástica es bien elaborada y manipulada, se genera entonces un vínculo mágico y, lo más importante, una reacción que puede tener incidencia sobre el mundo externo. Es por ello que la imagen fantástica del infierno puede generar un verdadero tormento para quien cree fervientemente en él, aun cuando éste no exista. Es por la misma razón que el rey de Francia decide no atacar Roma; pues la imagen fantástica que se genera de Roma y sus cañones pesa más que la realidad misma, aun cuando aquella esté totalmente desprotegida y sus cañones no sean sino de yeso.

Óscar Santana

El conocimiento verdadero por Denisse Hernández

Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina gracia, a los humildes  y piadosos, a los compungidos y devotos, a los ungidos con el óleo de la alegría y amadores de la divina sabiduría e inflamados en su deseo; a cuantos quisieren, en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y aún gustar a Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto delante al exterior, si el espejo de nuestra alma no se hallare terso y pulido. Ejercítate, pues, hombre de Dios, en el aguijón remordedor de la conciencia, antes de elevar los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos, no suceda que de la misma especulación de los rayos vengas a caer en un foso más profundo de tinieblas. [Buenaventura, San; Itinerario de la mente a Dios, BAC, 1955, Tomo I, p. 561.]

Juan de Fidanza, mejor conocido como San Buenaventura, considera que el conocimiento de la verdadera sabiduría, que es Dios, no puede darse por mera especulación; es decir, la razón y, por lo tanto, la filosofía, no es suficiente para llegar al conocimiento de Dios, pues para ello se requiere de dos procesos principales, divididos en tres grados. El primer proceso es un proceso externo y se refiere al conocimiento del mundo sensible y material mediante los cinco sentidos corporales. Dicho conocimiento se da de tres modos, a saber: el conocimiento de lo que es externo a nosotros mismos y que no depende de nosotros, el conocimiento de lo que es externo a nosotros y que depende de nosotros y el conocimiento de lo que es interno a nosotros.

El proceso del conocimiento para Buenaventura es un proceso escalonado por lo que el orden en el que se dan los seis grados del conocimiento también es muy importante ya que constituyen el camino correcto por el cual se llega al verdadero conocimiento (Dios); de ahí que primero conozcamos lo que es externo a nosotros y que no depende de nosotros, es decir, el mundo tal cual: los objetos, los otros seres vivos, la naturaleza. Después conocemos lo que es externo a nosotros pero depende de nosotros como los efectos o consecuencias de nuestras acciones que podríamos entender como la convivencia dentro de una sociedad y entre sociedades, la moral, las costumbres, tradiciones, historia,…, de los pueblos. Finalmente, conocemos lo que es interno a nosotros, pero en un nivel o sentido muy básico, es decir tenemos conocimiento de nuestra parte no corporal por comparación con los otros seres del mundo, tenemos conocimiento de que tenemos un alma.

El segundo proceso del conocimiento se da en el límite con el último grado del primer proceso, pues una vez que somos conscientes de nuestra alma comenzamos a interiorizar un poco más nuestro conocimiento y nos damos cuenta de que nuestra alma es lo que nos conecta con Dios, es el vestigio de Dios en los hombres y es aquí donde se hace evidente que la especulación no es suficiente para llegar a Dios, nos hace falta la fe. En los tres grados de este segundo proceso el alma se prepara cual espejo para recibir la imagen de Dios. Como es característico en la filosofía de esta época, la alegoría de la luz, el espejo y el reflejo se hacen presentes en la filosofía de Buenaventura. Entre más pulido y terso se encuentre nuestro espejo que es el alma, mejor recibirá los rayos divinos.

Dice Buenaventura que antes de dirigir la mirada hacia los rayos divinos debemos ejercitarnos en el aguijón remordedor de la conciencia, pues no se puede llegar de una sola vez a Dios, es decir, el conocimiento de Dios no es inmediato sino mediato, antes de entrar en Dios (séptimo y último grado del conocimiento) debemos reconocer que hemos pecado, que somos seres finitos y falibles y que Dios es nuestro creador y que, por lo tanto, nuestra sola razón no es capaz de hacernos entrar en Dios, que el cuerpo es un medio del cual se sirve nuestra alma; que la fe y la oración se hacen necesarias si verdaderamente queremos llegar a Dios y que llegaremos a Él no en cuerpo sino en alma. No ejercitarnos en la consciencia y servirnos sólo de la especulación significa negar y olvidarse de la creación divina por lo que ignoramos los rayos de la luz divina, los confundimos y creemos haber llegado al conocimiento verdadero, cuando sólo estamos sumidos en un foso más profundo de tinieblas que es la ignorancia.