Suma Contra Gentiles. Libro III.
CAPITULO VII El mal no tiene esencia alguna Por estas razones se verá cómo ninguna esencia es de suyo mala. Según se ha dicho (c. 6), el mal no es sino “privación de lo que un ser tiene y debe tener por naturaleza”; y éste es el sentido con que todos usan la palabra “mal”. Ahora bien, la privación no es una esencia, sino más bien “negación de substancia”. Luego el mal no es ninguna esencia en la realidad. Cada cual es según su esencia, y cuanto tiene de ser tiene de bien; porque, si lo que todos los seres apetecen es el bien, es necesario que el ser sea bien, dado que todos los seres lo apetecen. Según esto, es bien lo que tiene esencia; y como el mal y el bien son contrarios, síguese que nada de lo que tiene esencia es malo. Luego ninguna esencia es mala. Las cosas son o agentes o algo hecho. El mal no puede ser agente, pues todo ser obra en cuanto que existe en acto y es perfecto; ni tampoco puede ser algo hecho, pues toda generación termina en una forma y en un bien. Luego ninguna cosa es mala por su esencia. Nada tienda a su contrario, por que todos los seres apetecen lo que se les asemeja y les conviene. Mas todo ser, al obrar, intenta el bien, según quedó demostrado (c. 3). Por lo tanto, ningún ser, en cuanto tal, es malo. Toda esencia es lo natural de una cosa. Si está incluida en el género de substancia, es la misma naturaleza del ser. Si está en el de accidente, es necesario que sea causada por los principios de alguna substancia; y así será natural a dicha substancia aun cuando quizá no sea natural a otra; por ejemplo, el calor es natural al fuego y no lo es al agua. Ahora bien, lo que es malo de por sí no puede ser natural a nada, pues el mal es la privación de aquello que uno tiene y debe tener por naturaleza. Según esto, como el mal es la privación de lo que es natural a una cosa, no puede ser natural a nada. Luego lo natural de una cosa es su bien, y la privación de ello es su mal. Ninguna esencia, pues, es de por si mala. Todo lo que tiene una esencia, o ello mismo es su forma o tiene otra, porque todo se encuadra en el género o en la especie por la forma. Pero la forma, en cuanto tal, es buena, pues es principio de acción; además, lo son también el fin a que tiende todo agente y el acto por el cual es perfecto lo que tiene forma. Luego lo que tiene esencia es, por tal razón, bueno. En consecuencia, el mal no tiene esencia alguna. El ente se divide en acto y potencia. El acto, en cuanto tal, es bueno, porque en tanto un ser es perfecto en cuanto que está en acto. La potencia también tiene algo de bien, pues tiende al acto, como se evidencia en todo movimiento; y es, no contraria, sino proporcionada al acto; y está, situada en el mismo género; y la privación sólo la afecta accidentalmente. Luego todo lo que existe, sea lo que sea, siendo ente, es bueno. Por lo tanto, el mal no tiene esencia. En el libro segundo (c. 15) se ha probado que todo ser, de cualquier manera que sea, procede de Dios. Mas en el libro primero (cc. 28, 41) demostramos que Dios era bien perfecto. Por consiguiente, como el mal no puede ser efecto del bien, es imposible que haya un ente que, en cuanto tal, sea malo. Por esto se dice en el Génesis: “Y vio Dios ser bueno cuanto había hecho”. Y en el Eclesiastés: “Todo lo hace El apropiado a su tiempo”. Y en la primera a Timoteo: “Porque toda criatura de Dios es buena”. Y Dionisio, en el c. 4 “De los nombres divinos”, dice: “El mal no existe”, esto es, substancialmente, “ni es algo en las cosas existentes”, es decir, accidente, como la blancura o la negrura. Con esto se rechaza el error de los maniqueos, que afirmaban que algunas cosas eran malas por naturaleza.
CAPÍTULOS VIII Y IX Razones por las que parece probarse que el mal es una naturaleza o algo real [solución de las mismas] Parece que se podría rebatir la doctrina anterior con algunas razones. Cada cual recibe su especie por su propia diferencia específica. Ahora bien, el mal es, en algunos géneros, la diferencia especifica, a saber, en los hábitos y actos morales. Pues, así como la virtud es, según su especie, un hábito bueno, del mismo modo el vicio contrario es, según su especie, un hábito malo. Lo mismo cabe decir de los actos de las virtudes y vicios. Luego el mal especifica algunas cosas. Por lo tanto, el mal tiene esencia y es connatural a algunas cosas. Dos cosas contrarias tienen una naturaleza común, porque, si nada hubiera entre ambas, una sería con respecto a la otra una privación o una pura negación. Se dice que el bien y el mal son contrarios. Luego el mal es cierta naturaleza. Aristóteles, en los “Predicamentos”, dice que “el bien y el mal son géneros de contrarios”. Ahora bien, todo género tiene esencia y naturaleza, pues el noente ni tiene especies ni diferencias; por eso lo que no es no puede ser género. Según esto, el mal tiene esencia y naturaleza. Todo lo que obra es un ser. El mal obra en cuanto mal, pues se opone al bien y lo corrompe. Luego el mal, en cuanto tal, es un ser. Doquier se dan el más y el menos, ha de haber cosas sujetas a un orden, pues las negaciones y privaciones no son susceptibles de más y menos. Es así que, entre los males, uno es peor que el otro. Al parecer, pues, es preciso que el mal sea un ser. El ser y el ente se convierten. El mal existe en el mundo. Luego es ser y naturaleza. [CAPÍTULO IX.]–No es difícil resolver estas dificultades. Pues el bien y el mal, en lo moral, se ponen como diferencias especificas, según indicaba la primera razón, porque lo moral depende de la voluntad, y una cosa cae bajo el género de lo moral cuando es voluntaria. Sin embargo, el objeto de la voluntad son el fin y el bien; y por esto lo moral se especifica por el fin, así como las acciones naturales se especifican por la forma del principio activo. Por ejemplo, la calefacción se especifica por el calor. Luego como bien y mal se dicen con relación al orden universal al fin, o a la privación del orden, es necesario que, en lo moral, el bien y el mal sean las primeras diferencias. Puesto que en cada género ha de haber una primera medida. Ahora bien, la medida de lo moral es la razón; según en moral algo se dirá bueno o malo con relación al fin de la razón; porque, en moral, lo que recibe la especie de un fin conforme a la razón se llama específicamente bueno; mas lo que se especifica por un fin contrario al de la razón se dice específicamente malo. Sin embargo, este fin, aun cuando suplante al de la razón, es, no obstante, algún bien, como lo es lo deleitable con respecto a los sentidos, etc. De aquí que hasta para algunos animales sean bienes los deleites, como lo son también para el hombre cuando están moderados por la razón; y así sucede que lo que es malo para uno es bueno para otro. Y, por esto, ni aun el mal, considerado como diferencia específica dentro de lo moral, implica algo malo esencialmente, sino algo que en sí es bueno, pero malo para el hombre, porque destruye el orden de la razón, que es el bien del hombre. Y esto demuestra también que el mal y el bien son contrarios si se toman en sentido moral, pero no en absoluto, como indicaba la segunda razón; pues el mal, en cuanto mal, es la privación de bien. Del mismo modo puede interpretarse el dicho de que el mal y el bien, en sentido moral, son “géneros de contrarios”, que es en lo que se fundaba la tercera razón. Pues en las cosas morales contrarias, o una y otra son malas, como la prodigalidad y la avaricia, o una cosa es buena y la otra mala, como la generosidad y la avaricia. Por lo tanto, el mal moral es género y diferencia, no en cuanto que es privación de un bien de razón, que es lo que llamamos mal, sino por la naturaleza de la acción o del hábito ordenados a un fin que es opuesto al debido fin de la razón; por ejemplo, un hombre ciego es un individuo humano, no por ser ciego, sino porque es “este” hombre; y lo irracional es una diferencia del animal, no porque significa privación de razón, sino porque expresa una naturaleza qué implica carencia de razón. Puede añadirse también que Aristóteles llama géneros al bien y al mal no porque él lo sostenga, pues entre los diez primeros géneros, en cada uno de los cuales se encuentra alguna contrariedad, no los enumera; sino que lo hace siguiendo la opinión de Pitágoras, quien sostuvo que el bien y el mal son los primeros géneros y principios, añadiendo a cada uno diez primeros contrarios, a saber: bajo el bien colocó lo finito, par, uno, derecho, masculino, quiescente, recto, luz, cuadrado y, por último, el bien; y bajo el mal, los siguientes: infinito, impar, plural, izquierdo, femenino, movimiento, curvo, tinieblas, desigual y, por último, el mal. Y así también en muchos lugares de sus libros sobre lógica se sirve de los ejemplos de algunos filósofos como de cosas probables para aquellos tiempos. No obstante, dicha afirmación tiene algo de verdad, pues es imposible que lo probable sea absolutamente falso. Pues, en las cosas contrarias, una se considera perfecta y la otra disminuida, como si estuviera mezclada con cierta privación; por ejemplo, lo blanco y lo cálido son perfectos, pero lo negro y lo frío son imperfectos, como con una privación expresa. Y como toda disminución y privación pertenecen a la razón de mal, igual que toda perfección y complemento pertenecen a la razón de bien, síguese que, en los contrarios, uno parece estar comprendido bajo la razón de bien y otro bajo la razón de mal. Y, en este sentido, el bien y el mal parecen ser los géneros de todos los contrarios. Y por esto se ve también de que manera se opone el mal al bien, que fue el motivo de la cuarta razón. Pues según como se les mezclan a la forma y al bien, naturalmente buenos (y que son verdaderos principios de acción), la privación de la forma y del fin contrarios, la acción resultante de tal forma y de tal fin se atribuye a la privación y al mal, aunque accidentalmente, porque la privación, en cuanto tal, no es principio de acción alguna. Por esto Dionisio, en el c. 4 “De los nombres divinos”, dice bien que “el mal no lucha contra el bien sino en virtud del mismo bien, pues de sí es impotente y débil”, o sea, que no es principio alguno de acción. – Sin embargo, se dice que el mal corrompe al bien, no sólo obrando en virtud del bien, como hemos expuesto, sino también propia y formalmente, como se dice que la ceguera corrompe la vista, porque es la corrupción tal de la vista, igual que decimos que la blancura colorea la pared, porque es el color tal de la pared. Además, se dice que algo es con respecto a otro más o menos malo según lo que se aparta del bien. Así, pues, todo lo que importa privación aumenta o disminuye, como lo “desigual” o lo “diferente”; porque se llama “más desigual” a lo que está más lejos de la igualdad, y “más diferente” a lo que se aparta más de lo semejante. Por eso se dice más malo a lo que tiene mayor privación de bien, o sea, como más distanciado del bien. Y las privaciones aumentan, no porque tengan alguna esencia, como las cualidades y las formas, como objetaba la quinta razón, sino porque aumenta la causa privante; por ejemplo, el aire se hace más tenebroso cuando se multiplican los obstáculos de la luz, porque entonces está más lejos de participar de la luz. Se dice también que el mal está en el mundo, no como si tuviera una esencia determinada o fuera alguna cosa, como indicaba la sexta razón, sino en el sentido de que llamamos mala a una cosa por el mismo mal; tal como decimos que existe la ceguera u otra privación porque el animal es ciego por la ceguera. Porque el “ente”, como enseña el Filósofo en la “Metafísica”, se toma en dos sentidos: uno, en cuanto significa la esencia de la cosa, y así se divide en diez predicamentos: en este sentido ninguna privación puede llamarse ente. Otro, en cuanto significa la verdad de un juicio de composición; y así, tanto el mal como la privación se llaman ente, en cuanto que se dice que algo está privado por la privación.
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San Agustín, sobre el mal
2.3. Cuando la Iglesia católica enseña que Dios es el autor de todas las naturalezas y sustancias, los que son capaces de comprender esta verdad concluyen que Dios no es autor del mal. ¿Cómo es posible que la causa del ser de todo lo que existe sea causa del no ser, causa de que pierda su esencia y tienda a la nada? Esto sería, a los ojos de todos, el mal general. ¿Cómo, pues, es posible que ese vuestro reino del mal, que según confesión vuestra, es el sumo mal, sea contrario a la naturaleza o sustancia, siendo él mismo una naturaleza y una sustancia; Si obra contra sí mismo, tiende a destruir su propio ser, y cuando lo logre realizaría el sumo mal; pero esto es irrealizable, porque, además de existir, es eterno. Luego la conclusión es que el sumo mal no es sustancia.
5.7, Vuelvo a insistir por tercera vez sobre la naturaleza del mal. El mal, contestaréis, es corrupción. ¿Quién podría negar que es esto el al generalmente tomado? ¿La corrupción no va contra la naturaleza? ¿No es ella la que daña? Pero mi respuesta es que la corrupción no es nada en sí misma; no es una sustancia, sino que existe en una sustancia a la que afecta. Esta sustancia, sino que existe en una sustancia a la que afecta Esta sustancia a la que la corrupción afecta no es la corrupción, no es el mal; porque una cosa que es atacada por la corrupción es privada de su integridad y de su pureza; si ella no tuviera pureza alguna de la que pudiera ser privada, no podría evidentemente, ser corrompida; y la pureza que ella posee no le puede venir sino de la fuente de toda pureza. Además, lo que se corrompe se pervierte; pero la perversión es privación de orden, y el orden es un bien, y, por consiguiente, aquello a que ataca la corrupción no está desprovisto de bien, y precisamente por no estar desprovisto de bien es posible que sea privado de bien por la corrupción.
Agustín. De las costumbres de los maniqueos. II, cap. 24
El mal en san Agustín. Notas
Algunas notas del texto de William E. Mann Sobre agustín y el mal.
WILLIAM E. MANN Augustine on evil and original sin*
Before his conversion to Christianity, Augustine conceived of God as a supremely good being who is “incorruptible, inviolable, and immutable” (Conf. 7.1.1). At the same time, he was aware of the existence of evil in the world, evil that can be divided into two major classes. First, physical objects have limitations and defects. In particular, the limitations of living things result in hardship, pain, illness, and death. Secondly, there are people who behave wickedly and whose souls are characterized by such vices as pride, envy, greed, and lust.
It would seem that a supremely good God would prevent or eradicate as much evil as he possibly could. The problem of evil, then, is to see whether and how it might be both that God exists and that evil exists. (p. 40)
With his conversion to Christianity Augustine came to think that a proper
solution to the problem of evil must depart radically from the Manichaeans in its conceptions of God and evil. Augustine came to think that God is a spiritual, not a corporeal, being. Augustine thus rejects Manichaeism’s materialistic dualism but embraces a different dualism between corporeal and spiritual beings, with God, angels, and human souls falling into the latter class.
God’s incorporeal nature is not sufficient to dispel Manichaeism, for a persis- tent Manichaean might hold that there is still an ultimate, invincible source of evil, be it corporeal or incorporeal. This alternative is denied by Augustine’s insistence that God is rightfully sovereign over all other beings. Even if the attrib- utes of incorruptibility, inviolability, and immutability do not preclude their multiple instantiation in antagonistic forces, sovereignty does: no being can be supremely sovereign if there is another being over which it cannot prevail.
God’s sovereignty over all other things is grounded in the fact that he created them. Two features of Augustine’s account of creation are especially important to his resolution of the problem of evil: that God creates ex nihilo, out of nothing, and that everything that God creates is good. (p. 41)
It is not evident that Augustine thinks that if God decides to create, then God must create the best world that he can. Creation is indeed very good (De Genesi ad litteram imperfectus liber 1.3, echoing Genesis 1.31), created out of the “full- ness of [God’s] goodness” (Conf. 13.2.2; 13.4.5). Augustine adds that God will not create a thing unless he knows that it is good (De civ. Dei 11.21). At the same time, however, Augustine offers the following observations. No created being had a claim against God to be created (Conf. 13.2.2–3). If Augustine endorses the more general thesis that no being, actual or possible, had such a claim, then it follows that God would have wronged no actual being in omitting to create it and that God has wronged no potential but non-actual being in omitting to create it. God did not create out of any need, nor to perfect any deficiency in himself (Conf. 13.4.5). God thus knowingly creates a good world, but Augustine’s remarks do not entail the Timaeus thesis that this world is as good a world as God could create. Perhaps naively, perhaps slyly, Augustine charac- terizes Plato’s doctrine simply as the doctrine that the most accurate explanation for the world’s creation is that good works are made by a good God (De civ. Dei 11.21). Aquinas would later distinguish between a world’s being composed of the best possible parts and a world’s having the best possible order among its parts, even if the parts themselves are not the best. Aquinas argued that the created world must be as good as possible in terms of the order imposed on it by God, but that it need not be populated by the best possible components.1 I have not found Aquinas’ distinction in Augustine’s writings. If Augustine does regard the created world as best in either of Aquinas’ senses, that regard is not a prom- inent part of his philosophy.
But Augustine does insist that every creature is good insofar as it exists (De nat. boni c. Man. 1). How then, is there evil? (p 43)
No creature, then, is evil, in spite of the fact that some creatures are worse than others (De nat. boni c. Man. 14). The word “evil,” when predicated of creatures, refers to a privation, an absence of goodness where goodness might have been (Conf. 3.7.12). If we are audacious enough to enquire why God allows such pri- vations to occur, we are apt to be reminded of the following points. First, crea- tures have a natural tendency towards mutability and corruption, an unavoidable liability of their having been created ex nihilo. Secondly, we are subject to per- spectival prejudices, failing to see how local privations, especially the ones that affect us, contribute to the good of the whole. The distinctive twist that Augustine puts on this now-familiar point is that for him the assessment of the
good of the whole is more diachronic than synchronic. One who laments the passing away of particular ephemeral things should realize that to wish that they might last forever is to wish that not they but some other kind of being existed. Moreover, their passing away ushers in new, good creatures. Finally, there is order and beauty to be found in this very dynamic passage, analogous to the way in which speech is made possible by the coming to be and passing away of pho- nemes, or music by the sequential production of notes (De lib. arb. 3.9.24–25; 3.15.42–43). Thirdly, “God owes nothing to anyone” (ibid. 3.16.45). On the con- trary, anything that exists owes its entire existence to God’s grace.
But “evil” is sometimes predicated of the choices and actions of creatures pos- sessing reason. The second stage of Augustine’s treatment of the problem of evil begins here, presupposing, however, the results of the first stage.
4. As I have said, therefore, sin is not a desire for naturally evil things, but an abandonment of better things. And this itself is evil, not that nature which the sinner uses evilly. For evil is to use a good evilly. (De nat. boni c. Man. 36)
5. But perhaps you are going to ask: since the will is moved when it turns away from an immutable good to a mutable good, from whence does this movement arise? It [the movement] is actually evil, even though a free will is to be counted among the good things, since without it no one can live rightly. For if that movement, that is, the will’s turning away from the Lord God, is without doubt a sin, how can we say that God is the author of the sin? Thus that move- ment will not be from God. From whence then will it come? If I respond thus to your querying – that I do not know – perhaps you will be disappointed – but nevertheless I would respond truly. For that which is nothing cannot be known. (De lib. arb. 2.20.54) (p 44-45)
Pride is also the initial evil impulse behind the fall of Adam and Eve (De Gen. ad litt. 11.5.7; De civ. Dei 14.13). The Devil’s tempting of Adam and Eve did not coerce their fall, for if the temptation had been coercive, then their punishment would be unjust. Adam and Eve voluntarily succumbed to the temptation because of their prideful fascination with the thought that they would become like God. Augustine takes this similarity between the two cases to warrant the claim that sin entered the created world through pride. At the same time he is careful to insist that pride is not a component in all sins; as he points out, some sins are committed in ignorance or desperation (De natura et gratia 29.33).4
Adam and Eve’s fall ushered into the world original sin, which is not an event but rather a condition (De pecc. merit. et remis. 1.9.9–1.12.15). It is the condi- tion imposed by God as punishment on Adam and Eve for disobedience. According to Augustine the condition includes dispossession from a naturally perfect environment, the loss of natural immortality and the acquisition of sus- ceptibility to physical pain, fatigue, disease, aging, and rebellious bodily disor- ders, especially sexual lust (De Gen. ad litt. 11.32.42; De civ. Dei 14.16–19). The condition is not only pathological, it is inherited, infecting every descendant of Adam and Eve. The condition is innate, not acquired; as Augustine puts it, it is transmitted by propagation, not imitation (De pecc. merit. et remis. 1.9.9–1.12.15). Augustine’s view, then, is that our first ancestors squandered their patrimony and our inheritance and – as if that were not bad enough – thereby contracted a suite of infirmities that is passed on to all their progeny. (p. 47)
Cambridge Companions Online © Cambridge University Press, 2006
Historia de la Filosofía III
Sobre el curso
Baja el temario Historia III 2013-1
Este curso aspira a ser solamente una introducción al estudio de la filosofía medieval, considerando la enorme franja temporal que ésta ocupa, y el breve espacio de un semestre que se tiene para exponerla. Es por ello el curso no será una exposición de los principales pensadores y sus doctrinas, ni un compendio de las ideas medievales, por más reducido o sintetizado que esta pudiera ser.
En su lugar, el planteamiento de este curso es hacer que el estudiante ejecute las competencias necesarias que concretamente se refieren al conocimiento y discusión de las principales tendencias de estudio del pensamiento medieval, y la adquisición de las técnicas de estudio bibliográfico, paleográfico, lingüístico, filológico y filosófico. Aplicándolas a un tema concreto, como es el problema del mal y los distintos tratamientos que se le dieron durante la Edad Media; tema que nos ocupará este semestre.
Lo que se busca en el curso es que el estudiante ejecute esas técnicas básicas, comprenda su importancia y peso en el proceso de estudio de la filosofía medieval, y a través de ellas penetre de manera más profunda a la comprensión del pensamiento medieval y el modo en que se estudia.
Forma de trabajo y evaluación
El curso esta dividido en dos grandes frentes. Por un lado, la actividad en clase, en la que además de la exposición que realice el profesor, se deberán leer, para ser discutidos en clase, los siguientes textos obligatorios:
Etienne Gilson. Introducción a La filosofía en la Edad Media.
Marrone, Steven. Medieval Philosophy En Cambridge Companion to Medieval philosophy
Henri-Charles Puech. El problema del gnosticismo.
Timothy B. Noone – Scholasticism // [Libro completo]
Libera, Alain. ¿Por qué hay medievalistas?
Por otro lado, la actividad extra clase, en donde el alumno deberá realizar las actividades programadas y entregar el resultado en la fecha indicada. Para hacerlo deberá escoger uno de los siguientes textos, para investigar el tema que nos ocupa este semestre.
- Textos Gnósticos, ‘Evangelio de la verdad’; ‘La perla’.
- San Agustín, De libero arbitrio.
- Santo Tomás de Aquino, Summa contra los gentiles.
- Maimónides, Guía de perplejos.
- Concilio de Letrán IV.
Actividades y fecha de entrega
5 de septiembre | Elaborar una bibliografía completa sobre el autor y el contexto del texto |
26 de septiembre | Preparar una presentación del autor y su contexto |
17 de octubre | Preparar una historia del texto |
7 de noviembre | Hacer una nota al texto |
21 de noviembre | Formular un problema filosófico respecto al texto |
La evaluación final será el resultado del promedio de todas las calificaciones recibidas durante el semestre dentro y fuera de la clase.
Tutorial y especificaciones para la entrega de trabajos en Google Docs