Sobre el mal. Santo Tomás de Aquino.

Suma Contra Gentiles. Libro III.

 

CAPITULO VII

El mal no tiene esencia alguna

Por estas razones se verá cómo ninguna esencia es de suyo mala.

Según se ha dicho (c. 6), el mal no es sino “privación de lo que un ser tiene y debe tener por naturaleza”; y éste es el sentido con que todos usan la palabra “mal”. Ahora bien, la privación no es una esencia, sino más bien “negación de substancia”. Luego el mal no es ninguna esencia en la realidad.

Cada cual es según su esencia, y cuanto tiene de ser tiene de bien; porque, si lo que todos los seres apetecen es el bien, es necesario que el ser sea bien, dado que todos los seres lo apetecen. Según esto, es bien lo que tiene esencia; y como el mal y el bien son contrarios, síguese que nada de lo que tiene esencia es malo. Luego ninguna esencia es mala.

Las cosas son o agentes o algo hecho. El mal no puede ser agente, pues todo ser obra en cuanto que existe en acto y es perfecto; ni tampoco puede ser algo hecho, pues toda generación termina en una forma y en un bien. Luego ninguna cosa es mala por su esencia.

Nada tienda a su contrario, por que todos los seres apetecen lo que se les asemeja y les conviene. Mas todo ser, al obrar, intenta el bien, según quedó demostrado (c. 3). Por lo tanto, ningún ser, en cuanto tal, es malo.

Toda esencia es lo natural de una cosa. Si está incluida en el género de substancia, es la misma naturaleza del ser. Si está en el de accidente, es necesario que sea causada por los principios de alguna substancia; y así será natural a dicha substancia aun cuando quizá no sea natural a otra; por ejemplo, el calor es natural al fuego y no lo es al agua. Ahora bien, lo que es malo de por sí no puede ser natural a nada, pues el mal es la privación de aquello que uno tiene y debe tener por naturaleza. Según esto, como el mal es la privación de lo que es natural a una cosa, no puede ser natural a nada. Luego lo natural de una cosa es su bien, y la privación de ello es su mal. Ninguna esencia, pues, es de por si mala.

Todo lo que tiene una esencia, o ello mismo es su forma o tiene otra, porque todo se encuadra en el género o en la especie por la forma. Pero la forma, en cuanto tal, es buena, pues es principio de acción; además, lo son también el fin a que tiende todo agente y el acto por el cual es perfecto lo que tiene forma. Luego lo que tiene esencia es, por tal razón, bueno. En consecuencia, el mal no tiene esencia alguna.

El ente se divide en acto y potencia. El acto, en cuanto tal, es bueno, porque en tanto un ser es perfecto en cuanto que está en acto. La potencia también tiene algo de bien, pues tiende al acto, como se evidencia en todo movimiento; y es, no contraria, sino proporcionada al acto; y está, situada en el mismo género; y la privación sólo la afecta accidentalmente. Luego todo lo que existe, sea lo que sea, siendo ente, es bueno. Por lo tanto, el mal no tiene esencia.

En el libro segundo (c. 15) se ha probado que todo ser, de cualquier manera que sea, procede de Dios. Mas en el libro primero (cc. 28, 41) demostramos que Dios era bien perfecto. Por consiguiente, como el mal no puede ser efecto del bien, es imposible que haya un ente que, en cuanto tal, sea malo.

Por esto se dice en el Génesis: “Y vio Dios ser bueno cuanto había hecho”. Y en el Eclesiastés: “Todo lo hace El apropiado a su tiempo”. Y en la primera a Timoteo: “Porque toda criatura de Dios es buena”. Y Dionisio, en el c. 4 “De los nombres divinos”, dice: “El mal no existe”, esto es, substancialmente, “ni es algo en las cosas existentes”, es decir, accidente, como la blancura o la negrura.

Con esto se rechaza el error de los maniqueos, que afirmaban que algunas cosas eran malas por naturaleza.

 

CAPÍTULOS VIII Y IX

Razones por las que parece probarse que el mal es una naturaleza o algo real [solución de las mismas]

Parece que se podría rebatir la doctrina anterior con algunas razones.

Cada cual recibe su especie por su propia diferencia específica. Ahora bien, el mal es, en algunos géneros, la diferencia especifica, a saber, en los hábitos y actos morales. Pues, así como la virtud es, según su especie, un hábito bueno, del mismo modo el vicio contrario es, según su especie, un hábito malo. Lo mismo cabe decir de los actos de las virtudes y vicios. Luego el mal especifica algunas cosas. Por lo tanto, el mal tiene esencia y es connatural a algunas cosas.

Dos cosas contrarias tienen una naturaleza común, porque, si nada hubiera entre ambas, una sería con respecto a la otra una privación o una pura negación. Se dice que el bien y el mal son contrarios. Luego el mal es cierta naturaleza.

Aristóteles, en los “Predicamentos”, dice que “el bien y el mal son géneros de contrarios”. Ahora bien, todo género tiene esencia y naturaleza, pues el noente ni tiene especies ni diferencias; por eso lo que no es no puede ser género. Según esto, el mal tiene esencia y naturaleza.

Todo lo que obra es un ser. El mal obra en cuanto mal, pues se opone al bien y lo corrompe. Luego el mal, en cuanto tal, es un ser.

Doquier se dan el más y el menos, ha de haber cosas sujetas a un orden, pues las negaciones y privaciones no son susceptibles de más y menos. Es así que, entre los males, uno es peor que el otro. Al parecer, pues, es preciso que el mal sea un ser.

El ser y el ente se convierten. El mal existe en el mundo. Luego es ser y naturaleza.

[CAPÍTULO IX.]–No es difícil resolver estas dificultades. Pues el bien y el mal, en lo moral, se ponen como diferencias especificas, según indicaba la primera razón, porque lo moral depende de la voluntad, y una cosa cae bajo el género de lo moral cuando es voluntaria. Sin embargo, el objeto de la voluntad son el fin y el bien; y por esto lo moral se especifica por el fin, así como las acciones naturales se especifican por la forma del principio activo. Por ejemplo, la calefacción se especifica por el calor. Luego como bien y mal se dicen con relación al orden universal al fin, o a la privación del orden, es necesario que, en lo moral, el bien y el mal sean las primeras diferencias. Puesto que en cada género ha de haber una primera medida. Ahora bien, la medida de lo moral es la razón; según en moral algo se dirá bueno o malo con relación al fin de la razón; porque, en moral, lo que recibe la especie de un fin conforme a la razón se llama específicamente bueno; mas lo que se especifica por un fin contrario al de la razón se dice específicamente malo. Sin embargo, este fin, aun cuando suplante al de la razón, es, no obstante, algún bien, como lo es lo deleitable con respecto a los sentidos, etc. De aquí que hasta para algunos animales sean bienes los deleites, como lo son también para el hombre cuando están moderados por la razón; y así sucede que lo que es malo para uno es bueno para otro. Y, por esto, ni aun el mal, considerado como diferencia específica dentro de lo moral, implica algo malo esencialmente, sino algo que en sí es bueno, pero malo para el hombre, porque destruye el orden de la razón, que es el bien del hombre.

Y esto demuestra también que el mal y el bien son contrarios si se toman en sentido moral, pero no en absoluto, como indicaba la segunda razón; pues el mal, en cuanto mal, es la privación de bien.

Del mismo modo puede interpretarse el dicho de que el mal y el bien, en sentido moral, son “géneros de contrarios”, que es en lo que se fundaba la tercera razón. Pues en las cosas morales contrarias, o una y otra son malas, como la prodigalidad y la avaricia, o una cosa es buena y la otra mala, como la generosidad y la avaricia. Por lo tanto, el mal moral es género y diferencia, no en cuanto que es privación de un bien de razón, que es lo que llamamos mal, sino por la naturaleza de la acción o del hábito ordenados a un fin que es opuesto al debido fin de la razón; por ejemplo, un hombre ciego es un individuo humano, no por ser ciego, sino porque es “este” hombre; y lo irracional es una diferencia del animal, no porque significa privación de razón, sino porque expresa una naturaleza qué implica carencia de razón.

Puede añadirse también que Aristóteles llama géneros al bien y al mal no porque él lo sostenga, pues entre los diez primeros géneros, en cada uno de los cuales se encuentra alguna contrariedad, no los enumera; sino que lo hace siguiendo la opinión de Pitágoras, quien sostuvo que el bien y el mal son los primeros géneros y principios, añadiendo a cada uno diez primeros contrarios, a saber: bajo el bien colocó lo finito, par, uno, derecho, masculino, quiescente, recto, luz, cuadrado y, por último, el bien; y bajo el mal, los siguientes: infinito, impar, plural, izquierdo, femenino, movimiento, curvo, tinieblas, desigual y, por último, el mal. Y así también en muchos lugares de sus libros sobre lógica se sirve de los ejemplos de algunos filósofos como de cosas probables para aquellos tiempos.

No obstante, dicha afirmación tiene algo de verdad, pues es imposible que lo probable sea absolutamente falso. Pues, en las cosas contrarias, una se considera perfecta y la otra disminuida, como si estuviera mezclada con cierta privación; por ejemplo, lo blanco y lo cálido son perfectos, pero lo negro y lo frío son imperfectos, como con una privación expresa. Y como toda disminución y privación pertenecen a la razón de mal, igual que toda perfección y complemento pertenecen a la razón de bien, síguese que, en los contrarios, uno parece estar comprendido bajo la razón de bien y otro bajo la razón de mal. Y, en este sentido, el bien y el mal parecen ser los géneros de todos los contrarios.

Y por esto se ve también de que manera se opone el mal al bien, que fue el motivo de la cuarta razón. Pues según como se les mezclan a la forma y al bien, naturalmente buenos (y que son verdaderos principios de acción), la privación de la forma y del fin contrarios, la acción resultante de tal forma y de tal fin se atribuye a la privación y al mal, aunque accidentalmente, porque la privación, en cuanto tal, no es principio de acción alguna. Por esto Dionisio, en el c. 4 “De los nombres divinos”, dice bien que “el mal no lucha contra el bien sino en virtud del mismo bien, pues de sí es impotente y débil”, o sea, que no es principio alguno de acción. – Sin embargo, se dice que el mal corrompe al bien, no sólo obrando en virtud del bien, como hemos expuesto, sino también propia y formalmente, como se dice que la ceguera corrompe la vista, porque es la corrupción tal de la vista, igual que decimos que la blancura colorea la pared, porque es el color tal de la pared.

Además, se dice que algo es con respecto a otro más o menos malo según lo que se aparta del bien. Así, pues, todo lo que importa privación aumenta o disminuye, como lo “desigual” o lo “diferente”; porque se llama “más desigual” a lo que está más lejos de la igualdad, y “más diferente” a lo que se aparta más de lo semejante. Por eso se dice más malo a lo que tiene mayor privación de bien, o sea, como más distanciado del bien. Y las privaciones aumentan, no porque tengan alguna esencia, como las cualidades y las formas, como objetaba la quinta razón, sino porque aumenta la causa privante; por ejemplo, el aire se hace más tenebroso cuando se multiplican los obstáculos de la luz, porque entonces está más lejos de participar de la luz.

Se dice también que el mal está en el mundo, no como si tuviera una esencia determinada o fuera alguna cosa, como indicaba la sexta razón, sino en el sentido de que llamamos mala a una cosa por el mismo mal; tal como decimos que existe la ceguera u otra privación porque el animal es ciego por la ceguera. Porque el “ente”, como enseña el Filósofo en la “Metafísica”, se toma en dos sentidos: uno, en cuanto significa la esencia de la cosa, y así se divide en diez predicamentos: en este sentido ninguna privación puede llamarse ente. Otro, en cuanto significa la verdad de un juicio de composición; y así, tanto el mal como la privación se llaman ente, en cuanto que se dice que algo está privado por la privación.

CAPITULO X

La causa del mal es el bien

Una de las consecuencias de lo expuesto es que el mal sólo es causado por el bien.

Porque si el mal es causa de algún mal, y, según hemos probado (capítulo prec.), el mal no obra sino en virtud del bien, es preciso que el mismo bien sea la causa primaria del mal.

Lo que no existe no es causa de nada. Luego toda causa ha de ser alguna entidad. Si, pues, el mal no es entidad alguna, según se probó (capitulo 7), síguese que no puede ser causa de nada. Según esto, si algo ha de causar el mal, tendrá que ser el mismo bien.

Todo lo que propia y naturalmente es causa de algo tiende a producir su propio efecto. Si, pues, el mal fuera propiamente causa de algo, tendería a producir su efecto, o sea, el mal. Y esto es falso, porque, según hemos declarado (c. 3), todo agente intenta el bien. Por lo tanto, el mal no es causa propia de nada, sino sólo accidentalmente. Pero toda causa accidental se reduce a la causa propia, y únicamente el bien puede ser causa propia, pero el mal no. Luego el mal es causado por el bien.

Toda causa es, o materia, o forma, o agente, o fin. El mal no puede ser ni materia ni forma, porque hemos demostrado ya (c. 7) que tanto el ente en acto como el ente en potencia es bien. Tampoco puede ser agente, puesto que todo agente obra en cuanto está en acto y tiene forma. Ni tampoco puede ser fin, pues el mal no se intenta directamente, según se probó (c. 4). Luego, no pudiendo ser causa de nada, es preciso que, si el mal tiene causa, ésta sea el bien.

Como el mal y el bien son opuestos, y un opuesto no puede ser causa del otro, a no ser accidentalmente (como se dice en el VIII de los “Físicos” que “lo frió calienta”), síguese que el bien no puede ser causa activa del mal sino accidentalmente.

Y en las cosas naturales este accidente puede provenir o de parte del agente o de parte del efecto. De parte del agente, como cuando el agente es deficiente en su virtud, de lo que resulta que la acción es defectuosa y el efecto deficiente; por ejemplo, cuando el estómago es de constitución débil, resulta una combustión imperfecta y un humor indigesto, que son ciertos males naturales. Pero la deficiencia de virtud que sufre es un accidente que le sobreviene al agente en cuanto tal, pues no obra por lo que le falta de virtud, sino, contrariamente, porque tiene algo de virtud, ya que, si careciera en absoluto de ella, en modo alguno obraría. Según esto, el mal es causado por parte del agente accidentalmente, porque éste tiene virtud defectuosa. Por tal motivo se dice que “el mal no tiene causa eficiente, sino deficiente”, por que proviene de la causa agente falta de virtud, y que por eso ya no es eficiente. – Y tenemos el mismo resultado si el efecto y el defecto de la acción son producidos por el defecto del instrumento o de otra cosa cualquiera que se requiera para producir la acción del agente, como cuando la fuerza motriz produce la cojera a causa de la encorvadura de la pierna, pues ambas cosas hace el agente mediante su virtud y el instrumento.

Ahora bien, por parte del efecto, el mal es accidentalmente causado por el bien, ya por parte de la materia del efecto o ya por parte de la forma del mismo. Pues, si la materia no está dispuesta para recibir la impresión del agente, se producirá necesariamente un defecto en el efecto, como se producen los partos monstruosos por indisposición de la materia. Y si el agente no cambia la materia en acto perfecto, no hay que atribuirlo a un defecto suyo, pues todo agente natural tiene una determinada virtud en correspondencia con su modo de ser, y no se considera defectuoso el que no la exceda, sino solamente el que no la posea en la medida que le corresponde naturalmente.

Y, por parte de la forma del efecto, sobreviene el mal accidentalmente cuando a una forma se le junta necesariamente la privación de otra forma; y por eso simultáneamente con la generación de una cosa se produce la corrupción de otra. Pero este mal no es propio del efecto intentado por el agente, como consta por lo dicho (c. 6), sino de otra cosa.

Vemos, pues, que en la naturaleza el mal sólo es causado por el bien accidentalmente. Y lo mismo sucede en las cosas artificiales. “Pues el arte imita con sus obras a la naturaleza”; en consecuencia, en ambos se da el defecto de modo semejante.

No sucede, sin embargo, así en lo moral. Pues no parece seguirse un vicio moral por defecto de virtud, puesto que la debilidad de la virtud o quita totalmente o, al menos, disminuye el vicio moral; porque la debilidad no merece el castigo, debido a la culpa, sino más bien la misericordia y el perdón; pues el vicio moral debe ser voluntario y no necesario. No obstante, bien considerado, se ve que en parte es semejante y en parte no lo es. No se parece, en efecto, si atendemos a que el vicio moral consiste en la sola acción y no en un efecto producido, porque las virtudes morales son para obrar y no para producir por sí mismas. Sin embargo, las artes tienden a la producción, y por eso se ha dicho que en ellas puede haber pecado, como en la naturaleza. Por lo tanto, el mal moral no se considera como un efecto de la materia o de la forma, sino como un resultado de la acción del agente.

En las acciones morales hay cuatro principios activos ordenados, uno de los cuales es la virtud de ejecución, o sea, la fuerza motiva, por la que se mueven los miembros para ejecutar lo mandado por la voluntad. Por tanto, esta fuerza es movida por la voluntad, que es otro principio. Ahora bien, la voluntad se mueve por el juicio de la virtud aprehensiva, que juzga si esto es bueno o malo; bueno y malo, que son objetos de la voluntad, uno que impulsa a su prosecución y otro que mueve a la huida. Además, la fuerza aprehensiva es movida por la cosa aprehendida. Según esto, tenemos que el primer principio activo de las acciones morales es la cosa aprehendida; el segundo, la fuerza aprehensiva; el tercero, la voluntad, y el cuarto, la fuerza motiva, que ejecuta lo mandado por la razón.

El acto de la virtud ejecutora supone ya el bien o el mal moral, puesto que tales actos externos pertenecen a la moral en cuanto que son voluntarios. De ahí que, si el acto de la voluntad es bueno, se llamará bueno también el acto externo; y malo, si aquél fuere malo. En modo alguno habría malicia moral si el acto externo fallara por un defecto que no correspondiese a la voluntad; por ejemplo, la cojera no es un vicio moral, sino natural. Luego el defecto de esta virtud ejecutora quita por completo o disminuye el vicio moral. – Sin embargo, el acto con que una cosa mueve a la virtud aprehensiva está inmune de vicio moral, pues lo visible mueve naturalmente a la vista, como cualquier objeto mueve a la potencia pasiva. –Incluso, considerado en sí el acto de la virtud aprehensiva, carece de vicio moral; pues, así como su defecto excusa o disminuye el vicio moral–como lo disminuye el defecto de la virtud ejecutora–, así también la debilidad y la ignorancia excusan o disminuyen el pecado. – Resulta, pues, que el vicio moral se da primera y principal mente en el solo acto de la voluntad, y con razón, puesto que un acto se llama moral porque es voluntario. Luego la raíz y el origen del pecado moral se ha de buscar en el acto de la voluntad.

Mas este proceso parece originar una dificultad. Pues, como el acto defectuoso nazca de la deficiencia del principio activo, es menester presuponer en la voluntad la existencia de un defecto anterior al pecado moral. Y, en realidad, si dicho defecto es natural, siempre será inherente a la voluntad, resultando que ésta pecará siempre que obre; lo cual es falso, como lo demuestra el hecho de los actos virtuosos. Mas, si el defecto es voluntario, ya es un pecado moral, cuya causa habrá de buscarse nuevamente, dando lugar a un proceso racional infinito. Luego es preciso decir que el defecto preexistente en la voluntad no es natural, con objeto de evitar que la voluntad peque siempre que obra; y, a la vez, que tampoco es casual y fortuito, pues entonces no habría en nosotros pecado moral, ya que lo casual es impremeditado y extrarracional. Es, pues, voluntario, pero no pecado moral; y así nos evitamos un proceso infinito. Cómo puede ser esto, lo vamos a estudiar.

La perfección de la virtud de cualquier principio activo depende de su principio activo superior, porque el agente segundo obra en virtud del primero. Por lo tanto, mientras el agente segundo permanece subordinado al primero, obra indeficientemente; pero falla cuando se sale le dicho orden, como vemos en el instrumento cuando queda sin el movimiento del agente. Pero hemos dicho que en el orden de las acciones morales hay dos principios que preceden a la voluntad, a saber, la fuerza aprehensiva y el objeto aprehendido, que es el fin. Y, como a cada móvil le corresponde su propio motivo, cualquier fuerza aprehensiva no es el motivo propio de un apetito, sino que cada cual tiene el suyo. Por lo tanto, así como el motivo propio del apetito sensitivo es la fuerza aprehensiva sensual, así también el de la voluntad es la razón misma.

Por otra parte, como la razón puede aprehender muchos bienes y muchos fines, y cada cual tiene el suyo propio, también la voluntad tendrá como fin y principal motivo, no un bien cualquiera, sino cierto bien determinado. Luego, cuando la voluntad tiende al acto, movida por la aprehensión de la razón, que le ofrece su propio bien, tendremos una acción propia. Sin embargo, cuando actúa lanzándose a la prosecución de lo que le ofrece el apetito sensual o de otro bien que le presenta la razón, diverso del suyo propio, tendremos el pecado moral en la acción de la voluntad.

Así, pues, en la voluntad, el defecto de ordenación a la razón y al propio fin precede al pecado de acción. Hay defecto de ordenación a la razón cuando por una súbita aprehensión sensual tiende la voluntad a un bien deleitable sensible. Y de ordenación al fin debido, cuando la razón llega, razonando, a un bien que no es tal, o no lo es en tales circunstancias, y, sin embargo, la voluntad tiende a él como a su propio bien. Y este defecto de orden es voluntario, puesto que la voluntad puede quererlo o no. Como también puede hacer que la razón considere actualmente o deje de considerar, o que considere esto o aquello. No obstante, este último defecto no es un mal moral, porque si la razón nada considera, o considera algún bien, no habrá pecado mientras la voluntad no tienda a un fin indebido. Y esto ya seria un acto voluntario.

En consecuencia, tanto en lo natural como en lo moral, vemos que el mal sólo es causado por el bien accidentalmente.

 

CAPITULO XI

El mal se funda en el bien

Lo anterior nos sirve para demostrar que todo mal se funda en algún bien.

El mal no puede existir de por sí, puesto que no tiene esencia, según hemos demostrado (c. 7). Luego es preciso que esté en algún sujeto. Y todo sujeto, como es una substancia, es cierto bien, como consta por lo dicho (ib.). Según esto, todo mal está en algún bien.

El mal, según se ve por lo dicho (c. 9), es cierta privación. La privación y la forma privada están en un mismo sujeto. Ahora bien, el sujeto de la forma es un ente en potencia respecto a la forma, que es el bien, pues el acto y la potencia se encuentran en el mismo género. Así, pues, la privación, que es el mal, está en algún bien como en su sujeto.

“Se dice que una cosa es mala porque es nociva”. Y se llama así por que hace daño al bien, ya que el dañar al mal es un bien, porque la destrucción del mal es buena. Y no dañaría al bien, hablando formalmente, si no estuviera en él, tal como la ceguera daña al hombre cuando se encuentra en él. Luego el mal debe estar en el bien.

El mal sólo es causado por el bien y sólo accidentalmente (c. prec.). Pero todo lo que existe accidentalmente se reduce a lo que existe de por sí. Según esto, siempre ha de estar con el mal causado, que es un efecto accidental del bien, algún bien, que es efecto del bien necesario, sir viéndole de fundamento, porque lo accidental se funda sobre lo substancial.

Y como el bien y el mal son opuestos, y uno de los opuestos no puede ser sujeto del otro, porque lo rechaza, a primera vista le parecerá a alguno que no conviene decir que el bien es sujeto del mal.

Pero, al descubrir la verdad, desaparece dicho inconveniente. Pues comúnmente decir bien es decir ente, puesto que todo ente, en cuanto tal, es bueno, según se probó (c. 7). Y no hay inconveniente en admitir que un noente esté en el ente como en su sujeto, porque cualquier privación es un noente y, sin embargo, tiene por sujeto a la substancia, que es un ente. Ahora bien, el noente no esta en el ente, que es su opuesto, Como en un sujeto. Porque la ceguera no es un noente universal, sino “este” noente, por el cual se quita la vista; no está, pues, en la vista como en su sujeto, sino en el animal. Igualmente, el mal no está en el bien, que es su opuesto, como en un sujeto, puesto que lo hace desaparecer; sino que está en algún otro bien; por ejemplo, como la costumbre mala está en el bien de la naturaleza; y el mal de naturaleza, que es privación de la forma, está en la materia, que, como ente en potencia, es un bien.

 

CAPITULO XII

El mal no destruye totalmente al bien

Lo que llevamos dicho demuestra que, por mucho que se multiplique el mal, jamás podrá destruir todo el bien.

Si el mal ha de permanecer, será preciso que permanezca siempre también su sujeto. El sujeto del mal es el bien (c. prec.). Luego el bien siempre permanece.

Pero como sucede que el mal se extiende indefinidamente, y, intensificándose el mal, disminuye el bien, parece que el bien disminuirá indefinidamente a causa del mal. Además, el bien que puede disminuir a causa del mal es preciso que sea finito, porque el bien infinito no es capaz de mal, según se demostró en el libro primero (c. 39). Parece, pues, que en un momento dado desaparecerá todo el bien a causa del mal; porque, si a lo finito se le quita algo innumerables veces, es preciso que alguna vez sea consumido por substracción.

Y no puede decirse, como algunos, que la siguiente substracción hecha en la misma proporción que la primera y repitiéndose indefinidamente, no pueda consumir el bien, como sucede con la división de lo continuo, ya que, si a una línea de dos codos le quitamos la mitad y al resto le volvemos a quitar otra mitad, y así indefinidamente, siempre quedará algo que se pueda dividir. Sin embargo, en este proceso de división, el último residuo siempre será menor en cantidad; pues la mitad del todo, que se substrajo antes, es mayor según la cantidad absoluta que la mitad de la mitad, aunque permanezca la misma proporción. Y esto no tiene lugar en la disminución que hace el mal del bien. Porque, cuanto más disminuido esté el bien por el mal, más débil será y, en consecuencia, podrá ser más disminuido por el mal siguiente. Por otra parte, sucede también que el mal siguiente es igual o mayor que el anterior; luego con el segundo mal no siempre se le quitará al bien una cantidad menor, guardando la misma proporción.

Por lo tanto, ha de haber otra explicación. Consta, por lo que hemos dicho (c. prec.), que el mal quita totalmente a su opuesto el bien, como la ceguera quita la vista; sin embargo, es preciso que el bien, que es sujeto del mal, permanezca. Porque el sujeto, en cuanto tal, tiene razón de bien, considerado como potencia ordenada al acto bueno que es impedido por el mal. Así, pues, cuanto menos esté en potencia respecto a dicho bien, tanto menos bien será. Ahora bien, el sujeto disminuye su potencia para la forma no por la sola substracción de una parte del sujeto ni tampoco por la de una parte de la potencia, sino porque su potencia es impedida por un acto contrario que no la deja reducirse al acto de la forma; por ejemplo, un sujeto es tanto menos frío potencialmente cuanto más aumenta el calor en él.

En consecuencia, más disminuye el bien por el mal a causa de la adición de un contrario que por la substracción del mismo bien. Lo cual puede aplicarse también a lo que hemos dicho del mal. Pues dijimos (c. 4) que: el mal sobreviene al margen de la intención del agente, que siempre pretende algún bien, siguiéndose de ello la exclusión de algún bien, que es opuesto al mal. Luego cuanto más se multiplica el bien intentado–del cual resulta un mal al margen de la intención del agente–, tanto más disminuye la potencia para el bien contrario; y por esto se dice que el bien es más disminuido por el mal.

Pero esta disminución del bien por el mal no puede prolongarse indefinidamente en las cosas naturales. Porque tanto las formas como las virtudes naturales tienen todas sus límites y llegan a un término que no pueden traspasar. Según esto, ni una forma contraria cualquiera ni tampoco la virtud de un agente contrario pueden aumentar indefinidamente, de modo que resulte que el bien disminuya indefinidamente a causa del mal.

Sin embargo, en lo moral cabe esta disminución indefinida. Porque el entendimiento y la voluntad no tienen límites señalados a sus actos. Pues el entendimiento, entendiendo, puede proceder indefinidamente; por eso se dice que las especies matemáticas de números y figuras son infinitas. Igualmente, también la voluntad puede progresar en su querer indefinidamente; por ejemplo, quien quiere cometer un hurto, puede querer cometerlo nuevamente e infinitas veces. Y cuanto más persigue la voluntad los fines impropios, tanto más difícilmente vuelve al fin propio y debido, como se ve en quienes por la costumbre de pecar han contraído hábitos viciosos. Luego el bien de la disposición natural puede disminuir indefinidamente por el mal moral. No obstante, jamás desaparecerá completamente, pues le acompaña siempre la naturaleza, que permanece.

 

CAPITULO XIII

El mal tiene cierta causa

Por lo dicho, puede demostrarse que, aunque el mal no tiene causa propia, no obstante es menester que todo mal tenga una causa accidental. Pues todo lo que está en algo como en un sujeto, es preciso que tenga alguna causa, porque o es causado por los principios del sujeto o lo es por una causa extrínseca. Pero el mal está en el bien como en un sujeto, según demostramos (c. 11). Luego ha de tener alguna causa.

Lo que está en potencia respecto a dos cosas opuestas no se convierte actualmente en una de ellas si no es por una causa, pues ninguna potencia puede actualizarse por sí misma. Ahora bien, el mal es la privación de aquello que un ser es y debe tener por naturaleza; privación en que nos fundamos para llamar a una cosa mala. Luego el mal está en aquel sujeto que se encuentra en potencia con respecto a él y a su opuesto. Por lo tanto, ha de tener alguna causa.

Lo que se halla en otro después de la constitución de su naturaleza, le sobreviene por una causa extraña, pues todo lo natural permanece en el sujeto de no impedirlo un extraño; por ejemplo, la piedra no se dirige hacia arriba si uno no la lanza, y el agua no calienta si otro no le aplica el calor. Ahora bien, el mal inhiere siempre fuera de la naturaleza de aquel en quien está, por ser privación de lo que uno es y debe tener. Luego es preciso que tenga una causa propia o accidental.

Todo mal es resultado de algún bien (c. 10), como toda corrupción lo es de una generación. Es así que todo bien tiene alguna causa, hecha excepción del primer bien, en el cual no puede haber mal alguno, según se demostró en el libro primero (capítulo 39). Luego todo mal tiene alguna causa, de la que proviene accidentalmente.

 

CAPITULO XIV

El mal es una causa accidental

Vemos, pues, por lo anterior, que el mal, aunque de por sí no es causa, lo es, sin embargo, accidentalmente.

Si una cosa es causa propia de otra, lo que le sobrevenga será a la vez causa accidental de la otra; por ejemplo, la blancura que le sobreviene al constructor es causa accidental de la casa. Sabemos que todo mal se encuentra en algún bien (c. 11). Y todo bien es en cierto sentido causa de algo; por ejemplo, la materia es de algún modo causa de la forma, y viceversa; igualmente, el agente con respecto al fin. Por eso no hay lugar para un proceso indefinido de causas, si algo es causa de otro, en razón del círculo existente entre causas y causados según las diversas especies de causas. Luego el mal es una causa accidental.

El mal es cierta privación, según hemos dicho (c. 7). Y la privación es un principio accidental en las cosas mudables, así como la materia y la forma lo son de por sí. Por lo tanto, el mal es causa accidental de algunas cosas.

Un defecto de la causa se reproduce en el efecto. Ahora bien, un mal es un defecto de la causa. No puede, sin embargo, ser causa de por sí, por que una cosa no es causa por lo que tiene de deficiente, sino por lo que tiene de entidad; pues si fallara totalmente no podría ser causa de nada. Luego el mal es causa del algo, no propia, sino accidental.

Discurriendo a través de todas las especies de causas, encontramos que el mal es causa accidental. Efectivamente, en la especie de causa eficiente, porque por la deficiente virtud de la causa agente síguese un defecto en el efecto y en la acción. En la especie de causa material, por que por la indisposición de la materia se produce un defecto en el efecto. En la especie de causa formal, porque siempre se añade a una forma la privación de otra. Y en la especie de causa final, porque el mal va unido al fin indebido, puesto que por él se impide el debido fin.

Se ve, pues, que el mal es causa accidental y que no puede ser causa de por sí.

 

CAPITULO XV

El sumo mal no existe

Resulta, pues, que no puede existir un sumo mal, que sea el principio de todos los males.

Pues el sumo mal debería existir separado absolutamente de todo bien, como el sumo bien es el que está separado totalmente de todo mal. Sin embargo, no puede existir un mal se parado absolutamente del bien, pues hemos demostrado (c. 2) que el mal se funda en el bien. Luego el sumo mal no existe.

De existir el sumo mal, tendría que ser malo por su propia esencia, como sumo bien es lo que es bueno por su esencia. Y esto es imposible, porque el mal no tiene esencia alguna, según hemos probado (c. 7). Es pues, imposible suponer un sumo mal que sea principio de todos los males.

Lo que se considera como primer principio no puede ser causado por otro. Dejamos demostrado (c. 10) que todo mal es causado por el bien. Por lo tanto, no puede ser primer principio.

El mal sólo obra en virtud del bien, según consta por lo dicho (c. 9). Pero el primer principio obra por propia virtud. Luego el mal no puede ser el primer principio.

Como “lo que existe accidentalmente es posterior a lo que existe de por sí”, es imposible que lo accidental sea lo primero. Hemos probado (c. 4) que el mal sobreviene accidentalmente y al margen de toda intención. Es pues, imposible que el mal sea el primer principio.

Todo mal tiene una causa accidental, según probamos. (c. 13). El primer principio no tiene causa ni propia ni accidental. Luego el mal no puede ser el primer principio de ningún género.

“La causa propia es anterior a la accidental” (cf. Como “lo que existe”, etc.). Es así que el mal sólo es causa accidental. Luego no puede ser el primer principio.

Con esto se rechaza el error de los maniqueos, que afirmaban la existencia de un mal sumo, primer principio de todos los males.