Melancolía y Finitud por Daniel Maldonado

 

 

La separación hace derramar llanto a los poetas sobre el lugar de las citas antiguas. Lágrimas vierten sobre las ruinas, riegan las casas con el agua del deseo —recordando lo que pasaron en ellas en otro tiempo—, y gimen y sollozan, mientras las huellas del pasado resucitan su enterrada pasión, y se lamentan y lloran.

Uno de los que han venido hace poco de Córdoba, a quien yo pedí noticias de ella, me contó cómo había visto nuestras casas de Balāt Mugīt, a la parte de poniente de la ciudad. Sus huellas se han borrado, sus vestigios han desaparecido, y apenas se sabe dónde están. La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la belleza, en desparramados escombros; la tranquilidad, en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios y cubil de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, que vivían entre delicias sin cuento. Su reunión ha quedado deshecha, y ellos esparcidos en mil direcciones. Aquellas salas llenas de letreros, aquellos adornados gabinetes, que brillaban como el sol y que con la sola contemplación de su hermosura ahuyentaba la tristeza, ahora —invadidos por la desolación y cubiertos de ruina— son como abiertas fauces de bestias feroces que anuncian lo caedizo que es este mundo; te hacen ver el fin que aguarda a sus moradores; te hacen saber a dónde va a parar todo lo que en él ves, y te hace desistir de desearlo, después de haberte hecho desistir durante mucho tiempo de abandonarlo. Todo esto me ha hecho recordar los días que pasé en aquellas casas, los placeres que gocé en ellas y meses de mi mocedad que allí transcurrieron entre jóvenes vírgenes como aquellas a que se inclinan los jóvenes magnánimos. Me he imaginado en mi interior cómo estarán estas vírgenes debajo de la tierra, o en posadas lejanas y comarcas remotas desde que las separó la mano del destierro y las dispersó el brazo de la distancia. Se ha presentado ante mis ojos la ruina de aquella alcazaba, cuya belleza y ornato conocí en tiempos, pues en ella me crié en medio de sólidas instituciones, y la soledad de aquellos patios que eran antes angostos para contener tanta gente como por ellos discurría (…) Mis ojos han llorado, mi corazón se ha dolorido, mis entrañas han sido lastimadas por estas piedras, mi alma ha aumentado en angustia y he compuesto una poesía de la que es este verso:

 

Si ahora nos deja sedientos, antes nos dio mucho tiempo de beber;

si ahora nos aflige por ello, durante mucho tiempo nos alegró.

 

La separación engendra nostalgia y agitación, y despierta el recuerdo. Sobre este asunto he dicho:

 

¡Ojalá volviese hoy a ver al cuervo!

Tal vez apartaría de mí vuestro apartamiento, que ya se prolonga.

Así dije, pero la noche dejó caer su velo,

jurando que no acabaría, y lo ha cumplido.

El lucero se quedó atónito en el horizonte celeste.

No caminaba ni, a causa de su perplejidad, se movía.

Pensarías que era alguien que había errado el camino, o un tímido azorado,

o un sospechoso amenazado, o un extenuado amante.

 

Ibn Hazm, El Collar de la Paloma, Capítulo XXIV, “La separación”.

 

 

Comentario:

 

¿Cómo vivir frente al continuo desaparecer del presente?, ¿cómo soportar la pérdida de la felicidad vivida? Todo termina, y la separación es el prototipo de todo tipo de pérdida, incluso de la pérdida de la vida. Por ello Ibn Hazm replica a la caracterización de la muerte como “hermana de la separación” que “sería mejor afirmar que la muerte es hermana de la separación”.

Este sentido, lo que se considera en este capítulo del Collar de la Paloma es el problema que constituye el vivir el amor ante la pérdida. Porque todo amor quisiera resolverse en la permanencia, e Ibn Hazm trata de mostrar las diferentes formas en que la ausencia que constituye la separación fractura esta ambición. Y hay que tener en cuenta cómo funciona y cómo podemos vivir con ello, pues la pérdida puede ser tan honda, o las circunstancias en las que se da tan terribles, que puede implicar la perdición de quien la vive. De esta forma, a lo largo del capítulo se desentraña la forma en cómo lo que duele en la separación consiste en el alejamiento de lo que deseamos o amamos. Y en este alejamiento aparece una tensión entre la ausencia del objeto y su presencia. Así, en la separación se despierta el recuerdo como una forma de dotar de presencia a aquél de quien nos distanciamos. Sin embargo, es este recuerdo el que aviva la aflicción, porque aun cuando se mantiene una evocación del ausente, con ello precisamente se reitera su ausencia.

Es interesante entonces, el contraste que se coloca entre los recuerdos como “huellas del pasado” y los “vestigios” de las moradas cordobenses que han desaparecido; en efecto, lo que se muestra es que si las ruinas de los bellos palacios en los que se pasó una vida dichosa han sido borrados, su permanencia sin embargo tiene otra morada, que es el amante mismo. Y así, el amante al recordar queda “perplejo” en una noche sin fin. Esto significa que el acompañamiento del recuerdo inevitablemente le conduce a la añoranza y nostalgia de lo que ya no está. Pero es importante advertir que, si bien Ibn Hazm señala que prefiere la muerte a la separación, de igual manera prefiere el recordar al olvido. Entonces estamos ante un planteamiento en el que el recuerdo melancólico es pensado como inevitable; en el amor es inevitable sentir añoranza ante la pérdida, y toda fidelidad a ese amor consiste en no ser tan vil como para ansiar el olvido, por eso se permite recitar:

 

Me aconsejan: «—Vete y acaso olvidarás,

y acabarás por desear el olvido.»

Les digo: «—Antes moriré que olvidar.

¿Quién beberá veneno como experiencia?»

 

En eso consiste la experiencia nocturna de la fidelidad al amado, en la paradoja que deja atónito al amante, el cual reconoce en el amor la extraña voluntad de preferir la muerte antes que olvidar la unión con el amado, su presencia. Finalmente, lo que se refrenda en esta argumentación es que, mientras el olvido se busca para renunciar al amor, el recuerdo se elige para comprender los límites de nuestro deseo. Dirá Ibn Hazm respecto a esto en el capítulo XXVII:

 

El que olvida a los que ama no es como el que se consuela de perderlos.

No es igual renunciar de industria que no poder.

El que domina su alma no es como el que a ella cede.

El que es naturalmente paciente no es como el que se esfuerza en serlo.

 

 

Daniel Maldonado Juárez