Itinerario de la mente hacia Dios: Buenaventura por Denisse Hernández

Las seis alas seráficas, en efecto, significan seis suspensivas iluminaciones que disponen el alma para pasar a la paz por los extáticos excesos de la sabiduría cristiana. Dan a entender seis iluminaciones escalonadas, que empiezan en las criaturas y llevan hasta Dios. […] Las seis iluminaciones significadas por las alas forman el argumento de los seis primeros capítulos del Itinerario. [… El] capítulo séptimo, con que termina la obra, es la paz extática o mental exceso, término deseado de las iluminaciones y vértice del Monte Alverna, llamado Calvario franciscano.

San Buenaventura, “Introducción”, Itinerario de la mente hacia Dios, BAC p.p.544-545-

Comentario:

En la Introducción al Itinerario de la mente hacia Dios, se habla de la visión que tuvo San Francisco de Asís en el Monte Alverna y que consiste en haber visto un serafín alado, cuyas alas eran seis, número que coincide con los seis niveles que tiene que ascender el alma para llegar al conocimiento verdadero de Dios. El Itinerario de la mente hacia Dios consta de siete capítulos que también coinciden con los seis niveles de conocimiento, más un capítulo que constituye el conocimiento verdadero de Dios.

Esta visión es fundamental para la conformación de la obra de San Buenaventura, ya que la estructura formal está basada en esta figura: son seis alas y un cuerpo, por lo que Buenaventura pone seis capítulos “simétricos”, ya que de un lado están los 3 niveles corpóreos (conocimiento de los sentidos) y del otro están los tres niveles incorpóreos (conocimiento del alma). El último capítulo corresponde al último nivel del conocimiento verdadero, este nivel corresponde a la “entrada en Dios”, “paz extática” o “mental exceso”.

Existen seis niveles, no sólo por la visión del serafín alado sino porque Buenaventura considera que el conocimiento verdadero de Dios no puede ser inmediato sino mediado, por eso se requieren varios niveles o escalones y el paso al séptimo nivel no es la excepción; dice Buenaventura que entre el sexto y el séptimo nivel hay una puerta y que esa puerta es Cristo. De ahí que, antes que la filosofía, sea necesaria la fe.

Melancolía y Finitud por Daniel Maldonado

 

 

La separación hace derramar llanto a los poetas sobre el lugar de las citas antiguas. Lágrimas vierten sobre las ruinas, riegan las casas con el agua del deseo —recordando lo que pasaron en ellas en otro tiempo—, y gimen y sollozan, mientras las huellas del pasado resucitan su enterrada pasión, y se lamentan y lloran.

Uno de los que han venido hace poco de Córdoba, a quien yo pedí noticias de ella, me contó cómo había visto nuestras casas de Balāt Mugīt, a la parte de poniente de la ciudad. Sus huellas se han borrado, sus vestigios han desaparecido, y apenas se sabe dónde están. La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la belleza, en desparramados escombros; la tranquilidad, en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios y cubil de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, que vivían entre delicias sin cuento. Su reunión ha quedado deshecha, y ellos esparcidos en mil direcciones. Aquellas salas llenas de letreros, aquellos adornados gabinetes, que brillaban como el sol y que con la sola contemplación de su hermosura ahuyentaba la tristeza, ahora —invadidos por la desolación y cubiertos de ruina— son como abiertas fauces de bestias feroces que anuncian lo caedizo que es este mundo; te hacen ver el fin que aguarda a sus moradores; te hacen saber a dónde va a parar todo lo que en él ves, y te hace desistir de desearlo, después de haberte hecho desistir durante mucho tiempo de abandonarlo. Todo esto me ha hecho recordar los días que pasé en aquellas casas, los placeres que gocé en ellas y meses de mi mocedad que allí transcurrieron entre jóvenes vírgenes como aquellas a que se inclinan los jóvenes magnánimos. Me he imaginado en mi interior cómo estarán estas vírgenes debajo de la tierra, o en posadas lejanas y comarcas remotas desde que las separó la mano del destierro y las dispersó el brazo de la distancia. Se ha presentado ante mis ojos la ruina de aquella alcazaba, cuya belleza y ornato conocí en tiempos, pues en ella me crié en medio de sólidas instituciones, y la soledad de aquellos patios que eran antes angostos para contener tanta gente como por ellos discurría (…) Mis ojos han llorado, mi corazón se ha dolorido, mis entrañas han sido lastimadas por estas piedras, mi alma ha aumentado en angustia y he compuesto una poesía de la que es este verso:

 

Si ahora nos deja sedientos, antes nos dio mucho tiempo de beber;

si ahora nos aflige por ello, durante mucho tiempo nos alegró.

 

La separación engendra nostalgia y agitación, y despierta el recuerdo. Sobre este asunto he dicho:

 

¡Ojalá volviese hoy a ver al cuervo!

Tal vez apartaría de mí vuestro apartamiento, que ya se prolonga.

Así dije, pero la noche dejó caer su velo,

jurando que no acabaría, y lo ha cumplido.

El lucero se quedó atónito en el horizonte celeste.

No caminaba ni, a causa de su perplejidad, se movía.

Pensarías que era alguien que había errado el camino, o un tímido azorado,

o un sospechoso amenazado, o un extenuado amante.

 

Ibn Hazm, El Collar de la Paloma, Capítulo XXIV, “La separación”.

 

 

Comentario:

 

¿Cómo vivir frente al continuo desaparecer del presente?, ¿cómo soportar la pérdida de la felicidad vivida? Todo termina, y la separación es el prototipo de todo tipo de pérdida, incluso de la pérdida de la vida. Por ello Ibn Hazm replica a la caracterización de la muerte como “hermana de la separación” que “sería mejor afirmar que la muerte es hermana de la separación”.

Este sentido, lo que se considera en este capítulo del Collar de la Paloma es el problema que constituye el vivir el amor ante la pérdida. Porque todo amor quisiera resolverse en la permanencia, e Ibn Hazm trata de mostrar las diferentes formas en que la ausencia que constituye la separación fractura esta ambición. Y hay que tener en cuenta cómo funciona y cómo podemos vivir con ello, pues la pérdida puede ser tan honda, o las circunstancias en las que se da tan terribles, que puede implicar la perdición de quien la vive. De esta forma, a lo largo del capítulo se desentraña la forma en cómo lo que duele en la separación consiste en el alejamiento de lo que deseamos o amamos. Y en este alejamiento aparece una tensión entre la ausencia del objeto y su presencia. Así, en la separación se despierta el recuerdo como una forma de dotar de presencia a aquél de quien nos distanciamos. Sin embargo, es este recuerdo el que aviva la aflicción, porque aun cuando se mantiene una evocación del ausente, con ello precisamente se reitera su ausencia.

Es interesante entonces, el contraste que se coloca entre los recuerdos como “huellas del pasado” y los “vestigios” de las moradas cordobenses que han desaparecido; en efecto, lo que se muestra es que si las ruinas de los bellos palacios en los que se pasó una vida dichosa han sido borrados, su permanencia sin embargo tiene otra morada, que es el amante mismo. Y así, el amante al recordar queda “perplejo” en una noche sin fin. Esto significa que el acompañamiento del recuerdo inevitablemente le conduce a la añoranza y nostalgia de lo que ya no está. Pero es importante advertir que, si bien Ibn Hazm señala que prefiere la muerte a la separación, de igual manera prefiere el recordar al olvido. Entonces estamos ante un planteamiento en el que el recuerdo melancólico es pensado como inevitable; en el amor es inevitable sentir añoranza ante la pérdida, y toda fidelidad a ese amor consiste en no ser tan vil como para ansiar el olvido, por eso se permite recitar:

 

Me aconsejan: «—Vete y acaso olvidarás,

y acabarás por desear el olvido.»

Les digo: «—Antes moriré que olvidar.

¿Quién beberá veneno como experiencia?»

 

En eso consiste la experiencia nocturna de la fidelidad al amado, en la paradoja que deja atónito al amante, el cual reconoce en el amor la extraña voluntad de preferir la muerte antes que olvidar la unión con el amado, su presencia. Finalmente, lo que se refrenda en esta argumentación es que, mientras el olvido se busca para renunciar al amor, el recuerdo se elige para comprender los límites de nuestro deseo. Dirá Ibn Hazm respecto a esto en el capítulo XXVII:

 

El que olvida a los que ama no es como el que se consuela de perderlos.

No es igual renunciar de industria que no poder.

El que domina su alma no es como el que a ella cede.

El que es naturalmente paciente no es como el que se esfuerza en serlo.

 

 

Daniel Maldonado Juárez

 

El conocimiento verdadero por Denisse Hernández

Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina gracia, a los humildes  y piadosos, a los compungidos y devotos, a los ungidos con el óleo de la alegría y amadores de la divina sabiduría e inflamados en su deseo; a cuantos quisieren, en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y aún gustar a Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto delante al exterior, si el espejo de nuestra alma no se hallare terso y pulido. Ejercítate, pues, hombre de Dios, en el aguijón remordedor de la conciencia, antes de elevar los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos, no suceda que de la misma especulación de los rayos vengas a caer en un foso más profundo de tinieblas. [Buenaventura, San; Itinerario de la mente a Dios, BAC, 1955, Tomo I, p. 561.]

Juan de Fidanza, mejor conocido como San Buenaventura, considera que el conocimiento de la verdadera sabiduría, que es Dios, no puede darse por mera especulación; es decir, la razón y, por lo tanto, la filosofía, no es suficiente para llegar al conocimiento de Dios, pues para ello se requiere de dos procesos principales, divididos en tres grados. El primer proceso es un proceso externo y se refiere al conocimiento del mundo sensible y material mediante los cinco sentidos corporales. Dicho conocimiento se da de tres modos, a saber: el conocimiento de lo que es externo a nosotros mismos y que no depende de nosotros, el conocimiento de lo que es externo a nosotros y que depende de nosotros y el conocimiento de lo que es interno a nosotros.

El proceso del conocimiento para Buenaventura es un proceso escalonado por lo que el orden en el que se dan los seis grados del conocimiento también es muy importante ya que constituyen el camino correcto por el cual se llega al verdadero conocimiento (Dios); de ahí que primero conozcamos lo que es externo a nosotros y que no depende de nosotros, es decir, el mundo tal cual: los objetos, los otros seres vivos, la naturaleza. Después conocemos lo que es externo a nosotros pero depende de nosotros como los efectos o consecuencias de nuestras acciones que podríamos entender como la convivencia dentro de una sociedad y entre sociedades, la moral, las costumbres, tradiciones, historia,…, de los pueblos. Finalmente, conocemos lo que es interno a nosotros, pero en un nivel o sentido muy básico, es decir tenemos conocimiento de nuestra parte no corporal por comparación con los otros seres del mundo, tenemos conocimiento de que tenemos un alma.

El segundo proceso del conocimiento se da en el límite con el último grado del primer proceso, pues una vez que somos conscientes de nuestra alma comenzamos a interiorizar un poco más nuestro conocimiento y nos damos cuenta de que nuestra alma es lo que nos conecta con Dios, es el vestigio de Dios en los hombres y es aquí donde se hace evidente que la especulación no es suficiente para llegar a Dios, nos hace falta la fe. En los tres grados de este segundo proceso el alma se prepara cual espejo para recibir la imagen de Dios. Como es característico en la filosofía de esta época, la alegoría de la luz, el espejo y el reflejo se hacen presentes en la filosofía de Buenaventura. Entre más pulido y terso se encuentre nuestro espejo que es el alma, mejor recibirá los rayos divinos.

Dice Buenaventura que antes de dirigir la mirada hacia los rayos divinos debemos ejercitarnos en el aguijón remordedor de la conciencia, pues no se puede llegar de una sola vez a Dios, es decir, el conocimiento de Dios no es inmediato sino mediato, antes de entrar en Dios (séptimo y último grado del conocimiento) debemos reconocer que hemos pecado, que somos seres finitos y falibles y que Dios es nuestro creador y que, por lo tanto, nuestra sola razón no es capaz de hacernos entrar en Dios, que el cuerpo es un medio del cual se sirve nuestra alma; que la fe y la oración se hacen necesarias si verdaderamente queremos llegar a Dios y que llegaremos a Él no en cuerpo sino en alma. No ejercitarnos en la consciencia y servirnos sólo de la especulación significa negar y olvidarse de la creación divina por lo que ignoramos los rayos de la luz divina, los confundimos y creemos haber llegado al conocimiento verdadero, cuando sólo estamos sumidos en un foso más profundo de tinieblas que es la ignorancia.

El Libro de la Medicina Espiritual por Daniel Maldonado Juárez.

Debe saberse que los que se dejan influenciar, se someten y se entregan a las pasiones, se pondrán en una situación en la que ya no tendrán placer y sin embargo no podrán dejarlo. Los que se dan a las mujeres, a la bebida y a la audición de música y de cantos —a pesar de que son las pasiones más fuertes y afianzadas instintivamente en la naturaleza—, no gozan como los no entregados a ellas, porque para aquellos pasan a convertirse en un estado como cualquier otro suyo, o sea, algo habitual y acostumbrado, y tampoco pueden desarraigarlas porque se les han convertido en algo necesario para su vida, no en algo añadido o superfluo. Por este motivo les sobreviene una mengua en su religión y en los bienes de este mundo, de manera que se ven forzados a emplear distintas tretas y a conseguir riquezas exponiendo su vida y arrostrando peligros. Así, pasan a ser unos desgraciados cuando pensaban iban a ser felices, se ponen tristes cuando suponían iban a estar alegres y experimentan dolores en vez de placeres. ¡Cómo se parecen en ese estado al que se calumnia a sí mismo ya al que corre hacia su propia perdición! Como el animal engañado con las trampas que le han tendido, que cuando cae en la trampa ni consigue el cebo con el que se le ha engañado ni puede librarse de donde ha caído.

 

Al-Razí, El Libro de la Medicina Espiritual, en La Conducta Virtuosa del Filósofo, trad. Emilio Tornero, p. 32.

 

Comentario:

Como se desprende de la referencia, el presente fragmento forma parte de un escrito de ética que se asume como una “medicina espiritual”. En este sentido, una ética planteada como medicina exige pensar al alma a partir de la perspectiva del médico, es decir, en tanto que está compuesta por relaciones de fuerzas en pugna y que deben ser equilibradas. En el capítulo 2 de este breve tratado, al que pertenece nuestro texto, Al Razí argumenta sobre la conveniencia de someter la pasión para llevar a cabo la “corrección de caracteres” que propiamente sería esta medicina espiritual. Y es en ese contexto en que la cuestión del placer y el dolor adquiere una importancia esencial. Porque las sensaciones de placer y dolor, por ser las más comunes a los seres humanos son las más propensas a ser descuidadas y, por lo tanto, a desordenar al alma. De esta manera, Al Razí se preocupa por mostrar cómo el placer obtenido de las pasiones puede conducirnos a un estado de insatisfacción por el hecho de convertir toda acción pasional en una costumbre e integrarla a la habitual forma de vida que llevamos. Nada más peligroso, en efecto, pues la espera del efecto placentero sólo aumenta la desesperación de quien ya no siente placer en un acto que en algún tiempo debió de haber disfrutado, pero del que ya no resulta sino un vestigio de diminuta satisfacción. Y así mismo, el necesitar constantemente de un efecto de placer mantiene al alma atrapada en este círculo de insatisfacción, cosechando tristeza y dolor. Vemos, pues, que la desgracia del alma, caída en su propia trampa, no implica en primera instancia una reprobación del placer y el dolor como criterios de acción ética, sino una llamada a nuestra atención a la relación particular que se mantiene con ellos. En ese sentido, la sola sensación de insatisfacción parece ser un criterio que nos da el filósofo para que advirtamos a necesidad de una medicina espiritual, porque nuestra alma está enferma, lo cual quiere decir que se relaciona equivocadamente con el dolor y el placer.

 

Daniel Maldonado Juárez.

La verdadera sabiduría por Rocío Muñoz Peralta

IDIOTA.- Has entendido magníficamente, orador. Por eso, quienes  consideran que la sabiduría no es sino lo que pueden aprender con el intelecto, y que la felicidad no es más que la que es por ellos alcanzable, esos están muy lejos de la verdadera sabiduría  eterna e infinita, e incluso están orientados a una cierta quietud finita, donde piensan que se encuentra la alegría de la vida, pero ciertamente ahí no está. En consecuencia, percatándose de estar engañados, se atormentan, porque allí donde pensaban  que estaba la felicidad, a la que se habían dirigido con  tanto esfuerzo, se encuentran en  tormento y muerte. La sabiduría infinita es alimento  indefectible de la vida, del que vive eternamente  nuestro espíritu, el cual no puede amar otra cosa que la sabiduría de la verdad.

Nicolás de Cusa, Diálogos del Idiota, Libro I La sabiduría

Comentario:

A manera de ejercicio Socrático, el Idiota trata de dar a entender al Orador, como su concepción de una vida sabia y feliz está en detrimento de su posibilidad de acceder a la verdadera sabiduría “alimento indefectible de la vida”.  A su vez, que da cuenta del riesgo en que cae toda naturaleza intelectual de no  vivir  conforme a ella.

Considerando la sobre entendida docta ignorancia, por la cual a lo mucho podemos afirmar la comprensión de nuestra incomprensión del Absoluto, en este fragmento Nicolás de Cusa nos abre la posibilidad de una nueva certeza: el conocimiento de la sabiduría a través  de la existencia propia.

Siguiendo las palabras del Idiota: “Todo intelecto desea ser. Su ser es vivir, su vivir es entender, su entender es alimentarse de la sabiduría y de la verdad.”

En un sentido concreto, si el hombre desea acceder a la vida verdadera tiene que afirmar su existencia como un reconocimiento de la sabiduría a través de un reconocimiento de sí mismo como imagen de ella, lo cual consistirá en la búsqueda constante de la imagen de la cual procede, o mejor dicho,  en la inclinación natural del intelecto hacia su modelo o hacia su verdad. Siempre con la clara certeza de que el Absoluto es, de suyo, incomprensible.

Esta actividad que se puede entender como una suerte de identificación de la identidad entre la verdad y la inquieta inclinación de la mens del hombre por conocer su modelo, es donde se encontraría cifrada una vida de sabiduría y felicidad si seguimos los pasos del Idiota.

 Con esto salta a la luz que el elemento importante para una vida en sabiduría y felicidad es la cualidad móvil del intelecto, un ejercicio de entendimiento, de gustación, pues la sabiduría infinita es alimento indefectible de la vida. De ahí que los que no afirmen esta fuerza vital del intelecto encuentren tormento y muerte.

 

Un artificio vital para la memoria por Alejandro Flores Jiménez.

 

2. Tria subinde in arte humana omni esse debere memento: singula primo sapienter priusquam fiant excogitentur, secundo mature strenueque expediantur, tertio ea quae excogitata expromptaque sunt serventur atque viriliter defendantur.
3. Hinc tres Deos artibus omnibus praesidere tradit antiquitas: Pallada, Vulcanum et Martem. Haec est opifica quaedam numinum trinitas, Iovi summo rerum architecto semper adstans, ita ut quemadmodum trinitas tota ad Iovem, ita Vulcanus et Mars ad Palladem.

(Giordano Bruno, Sigillum sigillorum, parte I, parágrafo 2 y 3, ed. Tocco-Vitelli, p. 161.)

Traducción del pasaje:

2. “Recuerda que en toda práctica humana deben seguirse tres cosas inmeditamente: en primer lugar, cada cosa debe ser ideada sabiamente antes de realizarse; en segudo lugar, debe ser ejecutada oportuna y resueltamente; en tercer lugar, las cosas que han sido ideadas y desplegadas deben ser observadas y defendidas valientemente.
3. De aquí que la Antigüedad transmite que tres dioses presiden todas las prácticas: Palas, Vulcano y Marte. Esta es una cierta trinidad de divinidades artífice, que siempre asiste a Júpiter, sumo arquitecto de las cosas, de tal modo que, así como la trinidad toda asiste a Júpiter, así Vulcano y Marte asisten a Palas.

Comentario:

Una de los problemas más comunes en la consecución de los objetivos del filósofo es la inestabilidad del alma a la hora de realizar y mantener sus empresas con vistas al mejoramiento de la misma, o en términos platónicos, con vistas a la consecución del bien del alma que significa la virtud. Por ello, aunándose claramente con esta empresa platónica, Giordano Bruno nos regala al comienzo de su Sigillum sigillorum un sello, es decir, una imagen mnemotécnica que debe quedar impresa en nuestra alma para auxiliarla en los momentos en que ésta flaquee a causa de las vicisitudes de la vida cotidiana y los peligros de la costumbre y el vicio.
En efecto, en dicho pasaje Bruno enumera los tres componentes que toda práctica debe considerar en su realización, esto es, idear, ejecutar y mantener aquello que se ha determinado sabiamente como lo óptimo a realizar. Para poder retener estos tres momentos en la construcción y afianzamiento de una práctica, Bruno nos propone una imagen trina de los dioses grecorromanos: Palas, diosa de la sabiduría; Vulcano, dios forjador del hierro y Marte, dios de la guerra, de la perseverancia y de la disciplina. Tal triada, nos dice Bruno, asiste a Júpiter, que es figurado por Bruno como sumo arquitecto, es decir, como el que puede edificar cualquier cosa y, por ello mismo, como representante de la instancia del alma capaz de edificar una sabia y bella imagen de la misma, esto, con la asitencia de la acción meditada sabiamente, de la ejecución resuelta y de la valiente defensa de lo meditado y resuelto.
Por tanto, si nos esforzamos en grabar en nuestra fantasía y posteriormente en nuestra memoria una imagen como la propuesta por Bruno, imprimiremos en nuestra alma un sello con cuatro elementos que saldrán a nuestro encuentro cada vez que los necesitemos para auxiliarnos en la adquisición de lo mejor y en el rechazo de lo defectuoso.

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Rocío Muñoz Peralta

2

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2

Los frutos del viaje 4 Por Rafael Ángel Gómez Choreño

Este viaje desvela su Faz, e indica la carencia en Dios de atributos humanos, así como manifiesta el mundo superior. Si a este recorrido se llama “viaje” es porque desvela los caracteres de los hombres, evidenciando tanto a los que son reprochables como a los más loables. Se dice también que la mujer se “descubre” cuando se quita el velo y deja ver su rostro, el cual se revela a ojos vistas como una imagen fea o bella. Dios –Exaltado sea– habla a los árabes: “¡Por la mañana cuando apunta!” (C 74, 34), es decir, las miradas por las que ellos descubren. Y el poeta dice:

Cuando me encontré a Layla iba velada/ y de madrugada me desconcertó el verla descubierta.

Pues sucede entre los árabes que cuando una mujer desea que se sepa de su enojo, descubre su cara. Quien declamó estos versos lo hizo como argucia para reunirse con quien deseaba, de lo cual se dio cuenta su gente, y al advertirlo, descubrió su rostro. Cuando supo él que ella se hallaba amenazada, sintió temor, y partió recitando este verso: “Y de madrugada me desconcertó el verla descubierta”.

En un viaje como éste y otros que se le parecen, nuestro Señor desciende, y mostrando generosidad de Palabra, hace útil la indicación: “Dios, empero, dice la verdad y conduce por el camino” (C33,4).

      Ibn ‘Arabi,

El esplendor de los frutos del viaje, cap. 17, p. 83.

Comentario del profesor
En este capítulo, Ibn ‘Arabi hace visible analógicamente la relación y unidad teórica entre los conceptos místicos de “viaje” y “camino”, a partir de la exposición y análisis del uso religioso y popular de las ideas tradicionales sobre el velo del rosotro femenino y su excepcional desvelamiento, mostrando sutilmente el uso ambiguo de su descubrimiento o exhibición a ojos vistas, ya sea para hacer evidente el enojo, con toda franqueza, o para cubrir, a manera de engaño, un hecho vergonzoso. El sentido místico del acto de des-velar se pone a juego a través del “viaje” y consiste en des-cubrir el “camino”, en lograr mirarlo, en reconocerlo cuando se le tiene a ojos vistas, aceptando con humildad que su descubrimiento no logra por mérito propio sino por una generosidad divina, que se constituye de inmediato en indicación y guía, particularmente porque consiste en la revelación “sin engaño posible” de una visión de su rosotro “sin atributos humanos”. Este des-velamiento del rostro divino puede resultar la visión de una imagen que nos parezca bella u horrible, pues depende en todo caso de como esté uno mismo dispuesto moralmente frente a su creador, pero siempre será una revelación de verdad una visión sin engaño, así que, gracias a su verdad, el “desvelo de su Faz” en el viaje se convierte, con independencia de nuestras buenas o malas acciones, en una revelación del camino verdadero, del camino de la verdad, y en una orientación del viaje místico hacia la verdad.

Bibliografía Edad Media

Alsina Clota, José. El neoplatonismo: Síntesis del espiritualismo antiguo. Barcelona:  Anthropos, 1989, 1ª edición.

Copleston, Federick. Historia de la filosofía. Ariel: Madrid 1980. Traducción de José Manuel García de la Mora.

Gilson, Etienne. La filosofía de la Edad Media. Gredos: Madrid 1985. Segunda edición. Versión de Arsenio Palacios y Salvador Caballero.

Mitre Fernández, Emilio Las herejías medievales de Oriente y Occidente, Madrid, Arco,  2000

The Cambridge History of Later Greek and Early Medieval Philosophy. Cambridge University Press: Cambridge1967

The Cambridge History of Later Medieval Philosophy. Cambridge University Press: Cambridge,1988